Sunday, November 05, 2006

bibazahar10

PRIMER PREMIO DE RELATOS CORTOS DEL CERTÁMEN LITERARIO DEL IES HUERTA ALTA EN EL DÍA DEL LIBRO DE 23 DE ABRIL DE 2005
(4º C)
HONOR Y DEBER
Hubo en otros tiempos, que tal vez nunca existieron, un hombre, un hombre que dejó su tierra, su poder y sus riquezas para encontrar su camino en la vida, y quiso buscarlo en lo más al este del mundo, allí donde las personas tienen los ojos rasgados y costumbres milenarias. Quiso encontrar la paz que buscaba en los hermosos y verdes prados del antiguo Japón. Para él fue el descubrimiento de un mundo nuevo, del mundo con el que había soñado toda su vida, un mundo más espiritual, libre y puro. Un mundo que nada tenía que ver con su lugar de nacimiento donde sólo el dinero y la apariencia tener poder.
Los que allí vivían, y a los que les pertenecían esos parajes desde tiempos inmemoriales, le aceptaron con dulzura y severidad, y este hombre, que había viajado de tan lejos y que nada conocía de aquellos lugares adoptó el nombre de Hirone.
No le resultó fácil aprender una lengua que nada tenía que ver con la suya, ni hacerse a sus costumbres, pero poco a poco se convirtió en uno más. Tal vez , Hirone no poseyera los rasgos ni el color de un auténtico japonés, mas su alma, mente y corazón decían y mostraban todo lo contrario. Sin embargo, y a pesar de que había llegado al lugar de sus sueños, todavía no era completamente feliz; le faltaba encontrar su camino, su vocación, necesitaba una meta por la que vivir y por la que morir, y un día el destino le mostró lo que andaba buscando.

Todo ocurrió una noche inquieta y fría en la que hasta las estrellas brillaban con miedo. Fue Hirone a coger leña a la falda de la montaña, como había hecho casi todas las noches desde su llegada al pueblo que tan cordialmente lo había acogido dos años antes. Cortaba leña de noche y la vendía durante el día, motivo por el que nunca tenía mucho que llevarse a la boca, pero, sin embargo, aquella noche no fue una más. Cuando regresó a su aldea vio cómo las casas estaban envueltas en llamas, cómo los hombres estaban desangrados en el suelo y las mujeres y niños calcinados en sus hogares. Aquella noche no quedó alma con vida y Hirone, frustrado por no haber ayudado en nada, hizo una gran fosa y allí, mientras salía el sol, enterró todos los cuerpos. Ahora no tenía nada que hacer, salvo llorar.
Pasó un día entero junto a la gran fosa donde yacían todas aquellas personas que con tanto mimo y esfuerzo le habían enseñado a adaptarse y a conocer aquel lugar que era Japón. No comió, ni bebió durante dos días, se estaba dejando morir allí, junto a los demás. Entonces, vio llegar su sueño y su camino a lomos de un caballo negro, de mayor tamaño de los que estaba acostumbrado a ver, junto a su jinete, con una bella y reluciente armadura inconfundiblemente perteneciente a un samuray.
Cuando el imponente guerrero llegó a donde Hirone se encontraba, bajó de su noble animal y dijo;

-“No vale la pena llorar por los que han muerto, la pena es que no pudiera llegar antes para intentar ayudaros, Mi nombre es Gunichi. ¿Dónde están aquellos que os hicieron esto?
-“Ni siquiera sé qué pasó, señor” –respondió costosamente Hirone, ya que tenía los labios exageradamente secos al igual que su garganta.
-“Me temo que se me hayan vuelto a adelantar esos malditos Ninjas del Clan Fumihe, que encuentran en la sangre de inocentes un espléndido entretenimiento. De todos modos gracias por vuestra ayuda, forastero.”

Gunichi volvió a montarse en su caballo y, cuando estaba a punto de marcharse, Hirone le detuvo diciendo:

-“Lléveme con usted, yo también deseo ser un samuray y así poder defender a la gente.”
-“Ser un samuray no es únicamente defender a la gente, ser un samuray es conocer tu camino, ponerte una meta y no parar hasta alcanzarla con honor y dignidad, es no dejar de avanzar por ese sendero aunque sea duro o te cueste la vida.” – respondió fríamente el grandioso hombre.
-“Acéptame como estudiante, Sensei” – Suplicó Hirone – No quiero ser un estorbo, pero, precisamente, si vine a estas tierras, fue para conocer y descubrir mi propio camino. Por favor, se lo ruego, acepte ser mi maestro.”
-“Está bien, ¿Cómo os llamáis? – Pregunto Gunichi.
-“Mi nombre es Hirone.”
-“Te falta un apellido. A partir de hoy serás Hirone Miyamoto , ven conmigo, iremos a Sakai, donde yo vivo, allí te enseñaré todo cuanto puedo, mas no esperes mucho de mí.”

De esta manera Hirone comenzó a andar tras su Sensei, olvidándose del cansancio, del hambre y de todas las adversidades.
Tras diez días de camino llegaron a la ya nombrada Sakai. Gunichi vivía en lo más apartado de la aldea, en la más inmensa soledad, en medio de sus propias plantaciones. Allí, en una pequeña casa típicamente japonesa, se instalaron los dos.
Gunichi era un ronin, un samuray sin señor y jamás dijo por qué perseguía a los miembros del Clan Fumihe, ni cómo perdió a su señor, lo único que Hirone conocía de su maestro era su nombre y que dedicaba su vida a vagabundear, cuidar su plantación, y cuando el dinero escaseaba, cazaba a algún delincuente para obtener la recompensa. En esos días eran muy normales las guerras entre distintos clanes de Ninjas o de samuráis. Estos clanes dominaban diversos territorios y tenían un líder o señor con súbditos guerreros que le apoyaban en las batallas contra sus enemigos, para el dominio de los territorios, de ahí la frecuencia con la que los líderes morían y que los samuráis quedaran sin señor. Por suerte para Hirone, Sakai era un territorio libre del dominio de todo clan, era una pequeña aldea, principalmente de agricultores cuya intención no era otra que tener alimento y reservas para los días de invierno.
Pasaron seis meses y la vida de Hirone adquirió una rutina monótona. Se dedicaban a recoger leña, llevar agua, ayudar en las plantaciones… Fueron seis meses en los que Hirone no cogió ni tan siquiera la bokken, que era la espada de madera que se utilizaba en las prácticas de kenjutsu, el arte del dominio de la espada.
Un día de invierno Gunichi le dijo:

-“El cuerpo del samuray es la manifestación de su espíritu. Para tener un cuerpo fuerte, hay que tener un espíritu fuerte. Por eso, tu yo interior debe cultivarse como tu caparazón exterior. Para tener un cuerpo fuerte has de conocer tu propia filosofía y disciplina, y buscar tu camino se basa también en la meditación. También has de saber que la espada es el alma del samuray, así como el distintivo de su rango, y además la espada del samuray posee su propia alma. Como samuray debes aspirar a la perfección del cuerpo y el espíritu, el deber y el honor son la esencia del camino del guerrero y deben preservarse aún a costa de tu propia vida.”

A partir de aquél día, Gunichi comenzó a enseñarle el arte de la lucha con la espada. En tan sólo cuatro meses el manejo de la espada por parte de Hirone era impecable, tanto que superó a quien había sido su sensei en todos los aspectos.
-“Tu camino junto a mi ha terminado joven Hirone, ya no puedo mostrarte nada más, por eso has de seguir solo tu camino, te hago entrega de esta Katana. Parte ahora y sigue tu sueño.” – Le dijo un bonito día de primavera Gunichi.
La espada que se le otorgó a Hirone era realmente bella: fina y ligera, brillante como ninguna otra katana, joven y sabia… Era una verdadera joya, era tan pura como el alma de su portador. El mismo día que su sensei le concedió su maravillosa espada, que parecía forjada por los dioses, Hirone decidió seguir su propio camino. Nada le quedaba en Sakai.
Atravesó varios pueblos y prácticamente vivió de la caridad, aunque progresivamente se iba haciendo más fuerte con sus andanzas. Ya había tenido varios conflictos armados contra otros samuráis vagabundos como él, pero de todos había salido victorioso. Nadie podía compararse en el manejo de la espada con Hirone y, en poco tiempo su nombre comenzó a sonar por todo Japón bajo el sobrenombre de Makenshi, que venía a significar “Espadachín demoníaco.” Este título se lo había ganado a pulso, ya que nunca tuvo piedad de sus adversarios, ni titubeó una sola vez con su espada, su demonio del Kenjutsu era temido por todos, y su Ninjutsu, donde su cuerpo era su única arma, tampoco tenía rival.
Un día recibió la visita de un mensajero que venía a reclamar su presencia ante su señor Katsuichi.
Hirone se presentó ante el hombre que le había solicitado, el cual únicamente deseaba la incorporación de tan valeroso guerrero a su Clan Gatsu, que en el lugar donde Hirone había nacido significaba “El Clan de la Luna”. El joven samuray aceptó tal petición y comenzó a vivir como un samuray más. Se le dio una bonita y acogedora casa a los pies de la montaña.
Hubo varias guerras contra el Clan Gatsu, pero de todas salieron victoriosos y, finalmente, Hirone terminó siendo la mano derecha de su señor. Era un perfecto samuray en todos los aspectos. Algunos le admiraban por ello, y otros, por el contrario, le tenían recelo y envidia ya que, después de todo, él no era de aquellas tierras.
Un día en que los campos estaban totalmente blancos por la nieve que ahora había cesado, el joven samuray decidió ir de paseo a la montaña, como cuando era un pobre vendedor de leña, aprovechando que la tranquilidad, impuesta por el temor que producía la leyenda Makenshi, invadía los dominios del Clan Gatsu.
Iba Hirone por los bellos y fríos montes cuando se percató de que alguien se ocultaba, con un gran paño blanco, en la exenta y pura nieve. Desconfiado desenfundó su espada, y sin que su rival presentara la más mínima oposición se acercó al individuo sin bajar la guardia, y totalmente amenazador con su katana levantó la tela que cubría la cabeza de quien le hubo de sobresaltar en su plácido paseo. Para su asombro, pudo ver que esa tela era lo único que cubría el cuerpo de una maravillosa y extraordinaria mujer de cabellos largos y negros que resultaban con belleza en el claro paisaje. Una mujer de tez y ojos que delataban su pertenencia a tierras de occidente. Temblaba como un animal y el gesto de su boca le daba un semblante de fiera, Parecía un bello lobo mostrando majestuosamente sus colmillos. Cuando Hirone fue a tocarla, la mujer reaccionó bruscamente para apartar el brazo del hombre. Luego la hermosa chica se puso a cuatro patas como una bestia del campo, amenazante, mostrando sus colmillos y frunciendo el ceño como un zorro que se ve acorralado, y no parecía tener ningún pudor pues, al haber adoptado tal postura se había desprendido de su tela y estaba totalmente desnuda, pero a ella parecía no importarle mostrar toda la naturaleza de su cuerpo.
El samuray, que parecía preocupado por la fuerza de la mujer, cogió el blanco paño, que se confundía con la nieve y se lo echó por encima a la bella y misteriosa chica que no paraba de temblar de frío.

-“Tranquilícese señorita” –intentó calmarla el hombre – “Mi nombre es Hirone Miyamoto ¿Cómo te llamas?”
Pero no hubo respuesta, la mujer se volvió a sentar apoyándose contra el tronco de un árbol y el samuray se sentó junto a ella y siguió diciendo:

-“Si no dices nada, no puedo ayudarte; ¿qué haces aquí? ¿De dónde eres?”

Y una vez más no hubo respuesta alguna. Hirone fue a ver si se encontraba bien poniéndole una mano en la frente, pero ésta reaccionó violentamente de nuevo. Cayó la noche y comenzó a nevar, primero muy suavemente, pero no tardó en desatarse una terrible borrasca.

-“Aquí moriremos de frío” – dijo de nuevo Hirone quitándose la nieve de la cabeza. – “Tienes que venir conmigo… ¿Me entiendes? ¿Me estás escuchando?”

La joven no reaccionó ante las palabras del samuray y se quedó inexpresiva, con la mirada perdida hacia el cielo. El hombre se puso en pie, le tendió una mano sonriendo, dijo con un idioma occidental “Ven”. La chica dudó y vaciló, olfateó la mano de quien se preocupaba por ella y, finalmente cogidos de la mano comenzaron a andar.
Al final llegaron a la pequeña pero acogedora casa del samuray. Nada más entrar la mujer salió corriendo a cuatro patas, al igual que los animales, hasta una esquina, y allí se quedó cubierta por aquella tela blanca que estaba empapada y helada por la nieve. Hirone fue a otra habitación contigua y regresó junto a la mujer portando una manta seca y muy cálida.

-“Toma, cúbrete con esto” – dijo el joven samuray dándole la gruesa tela – “Si te tapas con eso que llevas, morirás. Esta es mi casa, puedes dormir y hacer lo que quieras, ahora te traeré algo para comer y mañana ya se verá lo que hago contigo”
Al día siguiente Hirone, que aquella noche apenas había podido dormir, salió temprano hacia el pueblo vecino para comprar algo de ropa de mujer. Cuando regresó a casa, le entregó la ropa a la mujer, que seguía agazapada en el mismo rincón donde se había quedado la noche anterior, y le indicó que se la pusiera, mas ésta olfateó las prendas y comenzó a jugar con ellas.

-“¿Ni siquiera sabe vestirse?” se cuestionó el samuray –“Perdóname, pero no tengo alternativa” – le dijo entonces a la chica que parecía no entender las palabras de su salvador. Tras decir esto, le quitó la manta y le lavó todo el cuerpo que tenía cubierto de moretones y heridas y, cuando estuvo limpia y aseada, le puso la ropa. –“Esto es deshonroso” – Se dijo – “ Pero más hubiera sido dejarla a la intemperie como un animal.” La chica siguió sin moverse de la esquina: allí comía, dormía…pero poco a poco Hirone fue enseñándola a comportarse, a usar los palillos a la hora de comer, a hacer sus necesidades en la letrina en lugar de en el campo, a lavarse, a vestirse… La fue educando aunque ella seguía sin decir palabra, hasta que un día, el joven volvió a preguntarle de nuevo por su nombre; y, para su sorpresa, en un susurro débil y dulce dijo únicamente “Fuu” que significaba y sigue significando en el lenguaje occidental “Viento” era un nombre realmente apropiado para ella pues era frágil y fría, hermosa, fuerte y serena como si de un espíritu se tratara.
El tiempo continuó pasando, impasible e ininterrumpido como siempre. Habían pasado tres años desde la llegada de Fuu a la vida del temible y admirado samuray. Nadie en el lugar conocía la existencia de la joven, pues nunca salía de casa por orden de quien la había recogido. En ese entonces la mujer había aprendido a hablar tanto japonés, como latín, castellano e italiano.
Aprendió a cocinar y lavar, a tender, a limpiar, a coser… se convirtió en la criada de Hirone, y aun así, ella era feliz de poder estar con él, era feliz a pesar de que estaba encerrada y no podía salir de aquella casa, mas el samuray, que en aquellos años había ganado más fama, no pensaba igual y creía que ella era desdichada por haber perdido su naturaleza salvaje y su autonomía, y un día decidió preguntarle por su misterioso e ignorado pasado.

-“Comenzó a decir la mujer – Mi clan fue destruido y yo… soy la única superviviente”
-“¿Cuál era tu clan? ¿Qué ocurrió? ¿Quién acabó con él? – preguntó Hirone que hasta la fecha no se había cuestionado nada del pasado de quien ahora vivía con él.
-“Yo pertenecía al Clan Fumihe, éramos un clan pacífico, nuestros dominios eran pequeños , pero no deseábamos más. Estábamos contentos con lo que se nos había otorgado y principalmente nos dedicábamos a buscar la belleza de Ninjitsu, pero no para encontrar la fortaleza y la victoria frente a nuestros oponentes, sino para estar conformes con nosotros mismos. Practicábamos Nijitsu porque eso nos hacía encontrarnos bien con nuestro espíritu. Fuimos un clan pacífico cuya meta se encontraba en buscar la armonía con la naturaleza y por tanto, el resto de clanes, nos dejaban vivir en paz; pero un día apareció un demonio, su nombre es Gunichi… él acabó con todos nosotros en tan sólo una noche, yo me escapé y me refugié en la nieve, y luego tú me encontraste.
- “Mientes” – interrumpió furioso el samuray – “Eso es mentira, fue el Clan Fumihe quien acabó con todos los que me acogieron en un principio, Gunichi, quien fuera mi Sensei, sólo cumplió con su deber de acabar con unos asesinos como esos que se regocijaban en la sangre de inocentes”
- Fuu comenzó a llorar en ese momento y entonces Hirone
comprendió que esos comentarios habían causado un gran dolor en su corazón. Aquel día no se volvieron a hablar.
Unos días más tarde y, como muestra de arrepentimiento, decidió presentar a Fuu ante los demás miembros de la aldea haciéndola pasar por su hermana, y no tuvo muchos problemas en que le creyeran ya que, a ojos de los japoneses, todos los occidentales eran iguales aparentemente. Fuu fue acogida con cariño por todos, especialmente por los hombres ya que era bella, dulce, cariñosa e inocente. Ahora la chica era más feliz aún, sin embargo, Hirone sabía que aquellas mentiras no estaban bien, pero sentía compasión por la mujer que hasta entonces había estado encerrada.
Varios días después, cuando cayó la noche y el samuray regresó a su hogar, encontró a su supuesta hermana llorando en la esquina donde se había instalado los primeros días en aquella casa.

-“¿Te ha ocurrido algo? ¿Alguien te ha hecho daño?” – se preocupó por saber el hombre de la casa. Entonces se acercó a ella, que volvía a tener aquella mirada animal. Fuu cogió la mano de Hirone y se la puso en su pecho con dulzura mientras decía casi entre lágrimas:
-“Me duele aquí”
-“Llamaré al médico, podría ser grave” – se apresuró a decir el hombre mientras apartaba sonrojado la mano del pecho.
-“No es eso” – repuso la chica – “Me duele cuando pienso que no me crees, me duele cuando pienso que Gunichi fue tu Sensei…me duele imaginar que podrías ser como él…”
-“Él fue mi maestro” – repuso melancólico el samuray – “No sabía nada de él… pero, entiende que para mí es muy difícil creer lo que me cuentas. Yo también perdí a gente muy importante para mí y hasta hace poco había pensado que era obra del Clan Fumihe, ahora no sé qué pensar… Por cierto, te he traído un regalo”

Sacó de un fardo que llevaba a la espalda, una noble wakizashi, que era la espada propia que usaban las mujeres en el arte del Kenjutsu. De súbito , Fuu se inclinó hacia el hombre que tanto la había protegido, le abrazó con todas sus fuerzas y de sus labios sólo pudo salir un entrecortado “Te quiero”. Hirone la abrazó enérgicamente también y se dispuso a besarla, pues el tiempo había hecho brotar en ambos un sentimiento más puro, cierto y profundo que la amistad, el amor. pero justo en ese momento llamaron a la puerta. Era uno de los mensajeros del Clan Gatsu que venía a anunciar la ceremonia del Sepuku por parte de uno de los hombres más valerosos de toda la aldea, que había perdido su honor tras no haber podido cumplir la voluntad de su señor. El Sepuku era un ritual que realizaban los samuráis que habían perdido su honor y consistía en atravesarse el vientre con su propia espada y morir así recuperando su honor. Fue Hirone a presenciar tan sangrienta pero noble ceremonia cuando se dio cuenta de que no podía seguir así; desde la llegada de Fuu a su vida había ido perdiendo su honor progresivamente y él no deseaba terminar así sus días, realizándose el Sepuku o mucho peor viviendo desterrado.
Pasaron dos meses más y no había vuelto a haber ninguna muestra de amor por parte de ninguno. Una bonita mañana Hirone despertó y descubrió que la mujer a la que había acogido, mucho tiempo antes, no estaba, se había ido a lomos de un caballo. El samuray decidió seguir las pisadas del animal que llevaba la fugitiva y abandonar así sus obligaciones como mano derecha de Katsuichi.
Fueron quince días al galope en los que no halló ni rastro de la joven, mas al final, y en su desesperación vio un pequeño pueblecito que le recordó a Sakai. Allí vio al caballo en que la mujer se había escapado y también una multitud de gente alrededor de lo que parecía una pelea. En medio del conflicto, en el centro del gentío se encontraba Gunichi y la única superviviente del Clan Fumihe, la cual le dijo a su adversario:

-“Te he estado buscando, y ahora que te he encontrado, limpiaré el honor de mi clan que en su día también fue tuyo.”
-“Tienes razón” – respondió el guerrero mientras desenfundaba su Katana.
“Yo también fui miembro de ese ridículo clan, donde la violencia estaba mal vista. Fueron mis propios progenitores los que me desterraron por querer darle un buen uso a mi Ninjitsu. Por eso os odio, y ahora me arrepiento de haberte dejado vivir”.

Se enzarzaron en una fría pelea donde las espadas no dejaban de cortar el viento, ni de chocar entre ellas, mas era obvio, Hirone lo sabía, que la técnica de espada de quien fuera su maestro era muy superior a la mujer que en poco tiempo se vio tirada en el suelo, sangrando por un costado. Entonces Hirone no lo pudo evitar y se interpuso en la pelea amenazando con la espada al hombre, el cual dijo:

-“ Me alegro de verte Makenshi” – Toda la muchedumbre que seguía la disputa se alejó temblorosa tras oír el sobrenombre de tan temible samuray. –“Aquí tienes la última alma del clan que destrozó tu hogar, puedes vengarte de ella.”

Pero el joven samuray, movido por la cólera de ver herida a quien tanto amaba le respondió.

-“Eso no es cierto. Ahora sé la verdad y sé que no fue el Clan Fumihe el responsable de tan terribles acontecimientos pasados”

Gunichi rió grotescamente y prosiguió diciendo:

-“Esta mujer que ves aquí, de padre occidental y madre japonesa, es débil, al igual que todos los miembros de su clan. ¿Para qué proteger al débil? Si no acabo yo con ella, lo hará la propia naturaleza; es ley de vida que sólo sobrevivan los fuertes”
-“Tal vez, pero no dejaré que pongas ni una mano sobre Fuu” – Le cortó su antiguo alumno.
-“Así que os conocéis… Ese es tu problema, Hirone Miyamot” – Continuó diciendo Gunichi – “Confías demasiado en lo que te dicen las personas y te dejas dominar por tus emociones, eres una marioneta del destino. Sabes que, si me matas, vivirás maldito de por vida, pues fui tu Sensei en otros días más prósperos”
-“Pero también sé que, si no te mato, viviré maldiciéndome eternamente”- Dijo el samuray de menor edad mientras retaba con la espada a su antiguo maestro.

Comenzó una dura e igualada pelea, los movimientos de ambos eran muy similares y la gente parecía apasionada de poder ver a una auténtica leyenda del Kenjutsu en un combate como aquel. Parecía que ninguno de los dos rivales pudiese contra el otro y que ninguno se encontraba en desventaja ni en mejores condiciones. Fue una bella demostración de lucha con espadas, el movimiento de las katanas era pura poesía, y el sonido que éstas producían , música celestial, pero finalmente el alumno superó al maestro y el derrotado cayó muerto en el suelo arenoso y ensangrentado. Hirone ni tan siquiera miró a quien había sido digno rival de su acero, le dio la espalda al cadáver y examinó la herida de Fuu que se solucionó con unas vendas. Luego cogió a la mujer y, a lomos de su caballo, partió hacia su hogar.
En esos quince días de vuelta, la mujer se había recuperado notablemente del corte de su costado, pero el samuray estaba demasiado absorto en sus pensamientos como para darse cuenta de la buena cicatrización de la herida; fue el olor a fuego el que le sacó de su trance. Todo cuanto había a su alrededor estaba comido por las llamas: casas, campos, árboles, animales e incluso las personas. Una vez más había perdido su hogar. Recorrió todo su pueblo para comprobar que no había nadie con vida y para encontrar el cuerpo de su señor Katsuichi decapitado, colgando de una pierna en la rama de un árbol. Fuu también vio con espanto todo el panorama y, finalmente, Hirone bajó de su caballo, se arrodilló, desenfundó su arma y dijo:

-Esta es mi maldición por haber matado a quien fue mi Sensei. He perdido todo mi honor por no haber defendido a mi pueblo y a mi señor, ahora sólo puedo recuperar la dignidad que he perdido de una sola manera”

Y cuando estaba a punto de atravesarse con su espada, la joven mujer que tanto lo amaba , le detuvo con estas palabras:

-“No es el honor lo más importante, sino la felicidad, yo te amo por encima de todo. Por encima de la dignidad, por encima de la disciplina, por encima de los principios. Vivamos juntos y tengamos una vida dichosa y alegre”

Unos días más tarde Hirone y Fuu cogieron un barco que los llevaría hasta Sicilia, lugar del nacimiento del samuray, el cual volvió a adoptar su nombre cristiano: Adán. A su amada decidió llamarla Dafne y hacerla pasar por una joven y noble castellana que había conocido en uno de sus viajes por el Nuevo Mundo. Adán era perteneciente a una noble familia de la isla ya mencionada, próxima a la península italiana. Cuando llegaron a su destino, fueron muy bien recibidos por todos los que allí vivían, y al cabo de dos semanas, Dafne y él se casaron por medio de una ceremonia católica, como era de esperar de un miembro de una familia bien adinerada.
Pasaron los años y Dafne era muy feliz de poder estar con su amado, mas éste, a pesar de amar con locura a su esposa, echaba en falta su lugar y su mente seguía retenida por su gran amante: Japón. Éste fue el motivo de que la hermosa mujer, cuyo nombre en otros tiempos había significado Viento, entrase en una terrible pena y que un inmenso dolor cubriese por completo su puro corazón, ya que ella se sentía culpable de la desgracia de su esposo, y ciertamente así era, pues ella había sido quien le había detenido para recuperar lo que para él era más importante, le había contenido de que pudiese recuperar con dignidad su honor.
Y una noche de luna llena Dafne, con la mano en donde él había puesto una alianza, tomó su Wakizashi, que con tanto mimo había cuidado, y se atravesó el vientre como hubiera hecho un samuray. Cuando su marido encontró su cuerpo, lloró desconsolado al ver, que lo único que le quedaba se había marchado, y culpándose de ello, decidió seguir viviendo maldito en el infierno de su vida pensando que, tal vez, ese castigo purgara sus errores y soñando que, tal vez, en otra vida, pudiera recuperar su honor.
Lo último que el samuray dejó dicho fue;

-“Ahora sé que si uno no elige por sí mismo el camino que desea, por trágico que parezca, nunca será feliz”.

FIN