Thursday, May 24, 2007

Bib Azahar 11

La Tierra del Color.
Primer premio en el II Certamen Literario del
“IES Huerta Alta”, convocado con motivo del Día del Libro.
el día 23 de Abril.

Hay historias que se convierten en leyendas y verdades que pasan de padres a hijos y acaban por convertirse en simples cuentos, pero éste no es mi caso; yo lo vi, lo vi con mis propios ojos, vi como la tierra sucumbía ante el mar.
Me llamo Arian y no soy más que un humilde aventurero. Ya de joven me conocían como “El Temerario”,¿pero qué hay de malo en buscar lo que uno desea? ¿Qué hay de malo en cerrar los ojos e imaginar parajes que quedaron olvidados? He viajado en busca de esos lugares, en busca de mitos, en busca de oro y en busca de fortuna y, finalmente, lo hallé todo, mas fue algo momentáneo.
Mi Historia comenzó no hace mucho y todavía recuerdo lo que me dijo un amigo que trabajaba al servicio de nuestra excelentísima y venerada reina:
-Han encontrado una tierra nueva al otro lado del mar. Dicen que es una tierra de salvajes pero que en ella hay más riquezas de las que cualquier hombre pueda desear; ahora buscan tripulación para otra expedición-.
“Ésta es mi oportunidad” pensé, y no dudé ni por un instante en ponerme al servicio de su majestad.
Con algunos contactos me colocaron de almirante en un pequeño barco y me otorgaron una tripulación de treinta hombres, todos ellos piratas buscando fortuna. No me entretengo en dar más detalles pues todo lo que prosiguió hasta el día de zarpar fue el típico protocolo.
Prevalece en mi memoria aquel día, 15 de julio de 1493, tres meses desde que regresara triunfante el descubridor de las nuevas tierras. Recuerdo la brisa del puerto de Palos, el olor del mar, el calor del sol…
Levamos el ancla un poco antes de lo establecido; el viento nos era favorable. Una semana más tarde salimos del mar conocido para adentrarnos en el peligro. Al salir de un mar cerrado a un océano inmenso, comprendimos que las condiciones meteorológicas no se asemejaban; aquí azotaba furioso el aire, las olas sacudían con fuerza el barco y además, las tormentas eran incesantes. Tras aquellos terroríficos acontecimientos, dos de mis hombres murieron. Después de superar el mal tiempo y, casi de continuo, nos asoló la enfermedad de la migraña llevándose consigo a otros seis piratas; únicamente quedábamos veintidós. Un par de meses más tarde no quedaban apenas provisiones; por suerte no hubo ningún motín, seguramente porque los dichosos piratas prefiriesen el oro al pan. Por otro lado, y después de tanto tiempo, empezaba a sospechar lo peor: estábamos perdidos. Pensé en que lo mejor sería no comentar nada a ninguno de los bárbaros que viajaban a bordo, aún sabiendo que aquello sería nuestro fin.
El dieciocho de agosto se consumieron todas las provisiones de vegetales y frutas; en consecuencia otros cinco hombres murieron de desnutrición. Quedábamos, incluyéndome, diecisiete.
Dos semanas después una extraña niebla nos envolvió inevitablemente; entonces, carentes de esperanza, divisamos nuestra salvación: tierra, mas no era una isla como las que se habitúan a ver. Se trataba de un gran acantiladote de aproximadamente unos cien metros que hubiésemos pasado de largo de no ser porque su superficie era totalmente regular y, lo que era aún más sorprendente, estaba artificialmente construida de lo que parecía ser acero, igual que nuestras espadas. La niebla y el alto muro de metal nos hicieron temblar. Producía un curioso terror, a la vez que nos arrancaba una exclamación de admiración. Nuestro barco en estos momentos se manejaba libremente movido por alguna fuerza sobrenatural y, para asombro nuestro, no seempotró contra el acantilado sino que lo bordeó hasta llegar a una pequeña calita a nivel del mar. Echamos el ancla y desembarcamos en dos pequeños botes. Al pisar suelo firme, descubrimos que la arena que había bajo nuestros pies no era la misma que la que se encontraba en nuestras costas; ésta era blanca y fina como la que se utiliza en los relojes de arena. Inspeccionamos toda la cala pero acabamos por concluir que nos encontrábamos entre unos inmensos muros imposibles de escalar; estábamos rodeados por mar y pared. De pronto, la tierra comenzó a temblar delicadamente bajo nuestros pies. Antes de que pudiésemos reaccionar nos encontrábamos sobre lo alto del acantilado, la isla nos había elevado como nosotros elevamos un barril por medio de un sistema de poleas; era, en una palabra, fascinante. Sin miedo y sin temor bajamos de la plataforma y ésta descendió hasta donde nuestro barco se encontraba. Ahora, desde arriba, divisamos a unos metros de nosotros una enorme cúpula sobre la que el cielo era reflejado. Mis hombres y yo, ansiosos por descubrir, nos adentramos en ella. Era como una gran burbuja, fácilmente penetrable, mas al atravesarla perdí el conocimiento.
Desperté en una habitación muy iluminada; había perdido el sentido del tiempo pero, por la luz anaranjada que entraba misteriosamente en la sala, debía de ser la puesta de sol. Escuché entonces una voz tan dulce que no pude descubrir, a ciencia cierta, si pertenecía a un hombre o una mujer.
-“Dad gracias a que estáis los dos vivos, ¿Qué personas extranjeras serían capaces de cruzar la barrera y seguir con vida?”-
En ese momento caí en la cuenta de que un joven marinero dormía apaciblemente cerca de mí.
-“¿Dónde estoy, qué hago aquí?”- pregunté.
-“ Me temo que te encuentras en unas tierras muy lejanas a tu hogar, ¿para qué han venido?-.
-“Somos aventureros , vamos en busca de la tierra del oro que han descubierto nuestros compatriotas no hace mucho”-.
-“¡Ah! Te referirás a las tierras de los indios, eso queda bastante lejos de aquí. He oído que “los de tu especie” llegaron de casualidad no hace mucho”-,
Al oír esto último de “los de tu especie”, una nueva preocupación recorrió mi cuerpo y no pude evitar el cuestionar:
-“¿Qué quieres decir con “los de tu especie? Hablas nuestro idioma ¿verdad?-.
-“Bueno, podríamos decir que somos primos hermanos, tenemos similitudes y diferencias, pero creo que deberías saber que vosotros no sois capaces de entender un lenguaje como el nuestro, ¿notas lo que llevas puesto en la oreja? Es un mecanismo que traduce nuestros idiomas al castellano; yo llevo otro inverso”-.
En ese momento entró el sujeto con el que llevaba algún tiempo hablando y, entonces comprendí a lo que se refería con que éramos diferentes. El individuo, aparentemente era varón, tenía el cabello de color azul y los ojos entrecerrados. Su cabeza era desproporcionada con el tamaño del cuerpo; ésta era un poco más grande de lo habitual, pero lo que más llamaba la atención era un cristal, del mismo color que su pelo, que llevaba incrustado entre ceja y ceja. Su piel era de un tono pálido que se asemejaba a la carne de un enfermo; no obstante presentaba en su mirada una gran vitalidad.
-“Creo que, ya que habéis llegado tan lejos, os gustaría visitar nuestras tierras ¿verdad? –preguntó el extraño hombre.
“Cuando tu amigo despierte, os mostraré lo que queráis. Es raro que recibamos visitas”-. Al cabo de un rato despertó el único de mis camaradas, que creo recordar se llamaba Oliver apodado “El Chico”, pues su estatura difícilmente superaba el metro y medio. Después el anfitrión le explicó lo mismo que me hubiese explicado a mí y se nos presentó bajo el nombre de Nerio. Salimos los tres de aquella estancia y entonces pudimos ver desde cierta altura, un enorme y extenso valle iluminado todo por el rojo atardecer. Las casas que pudimos divisar eran todas bastante semejantes, pequeñas cúpulas azules sin ventanas y con una pequeña puerta.
-“Os llevaré al distrito comercial, suele ser el más animado; aquí sólo vivimos los guerreros, más concretamente los que estamos retirados”- explicó Nerio.
Por el camino hasta el lugar donde debían encontrarse todos los comercios, el antiguo guerrero nos explicó que en aquellas tierras no tenían ningún tipo de confrontación con ninguno de sus vecinos, ya que cada uno tenía un papel que cumplir. Al parecer , y por lo que podía entender, existían cuatro tipos de personas: los nobles, los comerciantes ociosos, los guerreros y los labradores y trabajadores; además cada grupo tenía un cristal de un color predeterminado, siendo estos blanco, amarillo, azul y rojo respectivamente.
Llegamos finalmente a nuestro destino y efectivamente, allí la gran mayoría tenía un cristal amarillo al igual que el cabello, pero no amarillo como el rubio de los hombres y mujeres que viven al este de Castilla, sino del mismo tono que podría usar un buen pintor para dar color al polen de una flor. El Chico y yo estábamos realmente sorprendidos por lo que nuestros atónitos ojos estaban vislumbrando. Las calles estaban llenas de mujeres – todas ellas con la misma desproporción que el hombre que nos hubiese salvado- tapadas escasamente con telas sedosas, que danzaban felizmente por las estrechas calles que se formaban entre los pequeños puestos, donde más mujeres vendían productos que jamás hubiese podido imaginar.. El que más me gustó, y que finalmente terminó por regalarme Nerio, era una especie de concha que ellos llamaban Dial y que era capaz de guardar la voz y luego reproducirla exactamente igual cuando a uno se le antojase. Estuvimos un rato mi camarada y yo diciendo frases ingeniosas para que luego el Dial nos las repitiese. De pronto caí en la cuenta de que debían de haber pasado varias horas y la luz seguía aún anaranjada y entonces comprendí que allí la luz siempre es así. Después de haber visto todos los puestos en varias ocasiones, el nativo nos propuso visitar una taberna, que luego descubrimos que era la única. Tomamos unos cuantos zumos típicos del lugar porque, al parecer, ellos desconocían la existencia del alcohol.
Cuando cayó la noche, el cielo se tornó violeta oscuro y entonces volvimos los tres a la casa donde nos habíamos despertado y, en un instante caí rendido en la confortable cama.
A la mañana siguiente decidimos ir a ver los templos de culto de aquellas extrañas gentes. La arquitectura con la que éstos estaban edificados era impresionante. Los muros eran totalmente plateados y con unos garabatos que hacían florecer en nosotros unos sentimientos apacibles y de admiración. Allí nos encontramos con unos tipos de cabellos y cristal blanco por lo que debía de ser gente importante. Sin embargo, nos saludaron y prosiguieron hablando en un lenguaje que no pudimos comprender.
-“Creo que sois muy admirados aquí, es raro encontrar a gente tan…cómo decirlo…primitiva”- dijo Nero-.
-“¿Primitiva? Simplemente somos diferentes- repliqué.
El que nos acompañase rió, no había querido ofendernos con un comentario como aquel. Al llegar nuevamente la noche , tuvimos la oportunidad de ver una convocatoria. Todos los habitantes de aquella tierra se reunieron para sus típicas celebraciones que consistían en hacer un gran fuego y contar historias y leyendas en torno a él. Bebimos y comimos y nos trataron como a uno más, incluso nos pidieron que narrásemos otros cuentos que se contasen allí en Castilla. A mí no se me ocurrió ninguno con el que deleitarles pero Oliver, que al parecer era un gran orador, les contó la historia del Cid Campeador.
Creo que no cogieron muy bien el argumento, básicamente porque no entendían nuestro idioma, aunque sí que había algunos hombres y mujeres que tenían un aparato en el oído como el nuestro. Sin embargo, El Chico, hizo una especie de representación teatral y, si no lo comprendieron , al menos se divirtieron a su costa.
Unos días más tarde ya habíamos visitado todo el distrito del comercio, el del templo y el de los guerreros. Además algunos habitantes nos saludaban con un extraño “hola” que pronunciaban de una manera un tanto peculiar, pero era gratificante el que nos apreciasen tanto en un lugar como aquel.
-“Podría enseñaros también la zona de agricultura, no es que sea muy animada pero siempre es bonito ver el agua y descansar en los prados verdes”- nos recomendó Nerio.
Accedimos con mucho gusto y, antes de dirigirnos hacia allí, compramos algo para preparar un pequeño tentempié en los verdes parajes. Realmente nos dijeron la verdad, era el lugar más hermoso que jamás he visto. Un transparente río bajaba de lo alto de una colina y desembocaba en un gran estanque con el que surtían de agua las cosechas. A lo largo de la cultivada explanada
apenas se podía distinguir a los trabajadores que tenían el cabello de los mismos tonos que el paisaje. Algunos nos saludaron y otros no nos vieron, pero comimos sobre una loma una especie de hortaliza que ellos llamaban Quan y que, sinceramente, a mí me sabía a pescado.
-“Aquí no comemos animales como puedes haber visto, por eso fabricamos vegetales que nos aportan lo mismo que las carnes”- explicó Nerio.- “Es posible que vuestro pescado sepa así, supongo que será coincidencia.”
Pasamos algún tiempo más allí sentados, disfrutando de aquel paisaje sobrecogedor y entonces fue cuando ocurrió todo. Vi a una niña, que no tendría más de cinco años. Era, para mi asombro, morena y, aunque estaba a cierta distancia, pude ver, sacando de mi bolsa un pequeño catalejo, que ésta no tenía ninguna anomalía., “¿Es una de nosotros?”-pensé.
Antes de que pudiera organizar mis ideas, la niña cayó desvanecida en el prado. Corrí hacia ella junto con El Chico, Nerio nos seguía, riéndose. Entonces me enfurecí, me giré, le empujé y seguí corriendo para socorrer a la muchacha. Cuando llegué, observé que seguía con vida, tenía mucha fiebre y la cara demasiado rosada, Oliver corrió hacia el lago para traer un poco de agua pero, antes de que regresase, lo comprendí todo. Salió de su frente un pequeño hilo de sangre y la carne se separó, la pequeña sonrió y entonces salió el cristal que, aunque en un principio era negro, no tardó en tornarse blanco. “¿Blanco? Entonces tendría que ser de la nobleza”- comenté. En este momento llegó Nerio.
-“¿Ves como no pasa nada? Los cristales no surgen hasta que se cumple cierta madurez; el color del pelo le cambiará dentro de dos o tres días, no te preocupes…”- El nativo guerrero interrumpió su propia frase al ver aquel reluciente y nuevo cristal blanco.- “¡Es imposible!”- exclamó, tomó a la niña en brazos y desapareció del alcance de mi vista.
Regresé a la casa que nos había acogido junto a El Chico y esperamos el regreso de su dueño. Esto ocurrió varias horas después de que el cielo se hubiese tornado en violeta.
-¡¿Qué ocurrió?”- pregunté tan pronto como vi entrar a Nerio por la puerta -,
-“ Nada que os incumba, forasteros”- nos respondió en tono arisco- “Id a dormir, mañana volverá a haber una reunión aunque dudo que ésta os guste tanto como la anterior”-.
Al siguiente anochecer se organizó otra gran fogata como nos había prometido nuestro anfitrión. Sin embargo, no tardamos en comprender que aquello no iba a ser una fiesta animada, sino más bien algo que parecía un juicio. Al parecer, y por lo que pudimos entender, se procesaba a la madre de la criatura que habíamos encontrado la tarde anterior en el prado. La mujer era labradora y tenía cabello corto y verde como sus ojos, su cristal y sus vestimentas y, a pesar de que estaba en un juicio, no parecía estar atemorizada. El delito que esta señora había cometido era mantener relaciones con alguien que no fuera de su nivel y lo que fuera peor, con alguien perteneciente a la nobleza. Su hija era la prueba que la delataba. La pena a la que la condenaron fue la muerte. No sé por qué pero, en aquel momento, otra avalancha de ira corrió por mi cuerpo. Comprendí perfectamente que, aunqueen Castilla se realizaban los mismos sacrilegios, aquello era cruel; sabía perfectamente que nosotros realizábamos esas mismas prácticas; no obstante, yo jamás presencié ninguna. Entonces y sin quererlo, mis palabras salieron de la boca como el fuego sale por la boca del volcán.
-“¿Por qué la vais a matar? ¿Acaso eso no es una práctica atrasada para un pueblo como el vuestro? ¿No es igual de culpable el padre que la madre?”-.
Todos me miraban. La gran mayoría no entendió nada de lo que decía pero otros, gracias a su aparato, comprendieron, perfectamente lo que expresé.
-“Forasteros”- nos dijo un hombre anciano de la nobleza –“Lamento decíroslo, pero vosotros no sois quienes para entrometeros en nuestras leyes; vosotros hacéis esto mismo e incluso cosas peores ¿O acaso vuestra inquisición no tortura a pobres inocentes por simple placer? Además, nos vemos obligados pues, si no cumplimos, nuestro Dios, el Gran Dios Neptuno, nos castigará por nuestro júbilo irresponsable. Aquí donde nos ves, nosotros, poseedores del cristal blanco, somos hijos predilectos del Dios, por tanto nadie puede mezclar nuestra sangre con otra que no sea pura”-.
Unos hombres echaron al fuego unos polvos que a mí me parecieron pólvora, el fuego se avivó y la culpable mujer se colocó frente a él. Todos rezaban y cantaban melodías agridulces que en mi memoria quedan guardadas. El tiempo se paró o pareció pararse y entonces, con una gran sonrisa, la mujer se abalanzó hacia el fuego viendo cómo su hija lloraba por ella; en tan sólo un segundo saqué mi pequeño arcabuz y disparé a la prisionera. “Al menos así no sufrirá”- dije. La mujer estaba muerta, tendida en el suelo. Entonces, en aquel preciso instante, todos comenzaron a gritar.
-“Eres un demonio enviado de los infiernos”- me dijo Nerio arrebatándome el arma. Pensé que se habían sorprendido de ver mi arma; sin embargo, comprendí que estaba equivocado cuando éste prosiguió diciéndome -“No ha sido sacrificada en el Fuego de Neptuno, ahora su ira caerá sobre todos nosotros. Huye de aquí con tu estúpida arma y no volváis jamás, ni vosotros, ni ninguno de los tuyos”-.
La ira que me invadía era ahora tristeza. Había encontrado el paraíso y lo había perdido por mi tozudez, por no haber respetado a los nativos que tantos años habían convivido en paz en aquellas tierras. El suelo comenzó a temblar bajo nuestros pies, pero no suavemente como lo hiciese aquel elevador que nos trajese aquí, sino con violencia, como un terremoto azota sobre los pueblos. Nerio nos acompañó corriendo a su hogar. Todos corrían despavoridos para esconderse en sus respectivas casas. Cogimos nuestro equipaje y luego nos condujo hasta lo que parecía la pared de la burbuja que antaño todos mis camaradas y yo hubiésemos atravesado. Fuimos expulsados sin ningún problema y ni tan siquiera tuvimos una cálida despedida: todos nos odiaban.
Lenta y tristemente regresamos El Chico y yo a nuestro barco, que nos esperaba en la misma cala donde lo hubiésemos dejado. “¿Cómo llegaremos ahora hasta nuestra casa?¿Podremos entre dos manejar el barco? ¿Tendremos provisiones suficientes?” Cientos de preguntas invadían con rapidez mi mente, pero lo que más me preocupaba era lo que pudiese acontecerles a los habitantes de aquellas tierras que con tanto cariño nos habían acogido y que con tanta ira nos habían despedido. Zarpamos como pudimos; entre los dos levamos ancla, izamos velas y llevamos el timón hasta alejarnos de los preciosos acantilados de acero. Lo último que pudimos divisar fue cómo la isla se resquebrajaba, un trueno, un rayo, una ola y luego nada, La isla desapareció ante nuestra impotente mirada. En menos de medio minuto perdimos algo más valioso que todo el oro que pudiésemos desear.
Pasamos una semana a la deriva. Por suerte Nerio no había sido vengativo y, como si hubiese previsto el terrible futuro, nos había dejado tres cantimploras llenas de agua potable y unos cuantos Quans junto con otras cosas. Sin embargo, estas pobres reservas no nos duraron más de catorce semanas por mucho que procuramos racionarlas… Todo estaba perdido, todo era oscuro, perdí el conocimiento y deseé morir para poder ir junto a aquellos “hombres” a los que tanto apego tenía.
Recuperé la conciencia algo confuso, noté cómo unos ojos clavaban en mí la mirada y desperté y volví a encontrarme entre los míos.
-“Es un milagro que estés vivo, gracias a que unos barcos ingleses os encontraron”- me dijo una mujer que parecía una enfermera. –“Al parecer eres el único superviviente, el compañero que iba contigo no sobrevivió”-.
No dije nada, me limité a mirar a mi alrededor intentando buscar aquella luz anaranjada que ya jamás regresaría.
Unos días después me dieron el alta y volví a mi hogar, donde nadie me esperaba. Y entonces oí aquel cuento que uno de los nativos contó aquella noche en aquella isla. Sin quererlo había presionado mi Dial, que todavía conservaba en mi bolsillo. No pude entender lo que el aparato reproducía, pero sí pude sentir la felicidad que había sentido en aquel momento.

Dedicado a Jorge y a Carlos.